jueves, 18 de julio de 2013

UN CUENTO DE INVIERNO

Ahora, que aún tenemos casi seis meses por delante para alimentar el olvido, se puede contar: los reyes magos no sólo vienen de Oriente y no son sólo tres. Yo conozco a uno que vive en la Matea, una pequeña aldea a pocos kilómetros de Santiago de la Espada. Ni Gaspar, ni Melchor, ni Baltasar. Este rey se llama Raimundo. Y no viaja a lomos de un camello, ni trasporta oro, incienso o mirra. Raimundo conduce una furgoneta cargada de pan.
Durante estos meses de verano, o incluso ya desde mayo, mes en el que los antiguos moradores de la sierra abandonan sus actuales residencias (Orcera, La Puerta de Segura, Arroyo del Ojanco, Valencia, Castellón, Cataluña…) y regresan a sus lugares de origen para poner en marcha el hortal, no resulta raro ver a distintos recoveros, con verdaderos hipermercados sobre cuatro ruedas, recorriendo las aldeas y las cortijadas repartidas por el valle del río Madera. Entonces sí compensa el gasto de gasolina y de tiempo; ya no es sólo un puñado de locos el que trata de subsistir en esta tierra. Comprendo a estos vendedores ambulantes: el trabajo se concibió para recibir un beneficio a cambio, y se antoja imposible que puedan obtenerlo con tan escasa clientela.
Sabed que si algún día venís a cocinar un arroz a cualquiera de las áreas recreativas esparcidas por esta zona del parque (los Negros, la Morringa, la Toba) y se os olvida el arroz, la sal, deberéis desandar camino durante casi una hora de coche, pues no existe una sola tienda de ultramarinos.
Es en este punto cuando nuestro panadero acopia importancia y todos los que duermen las noches de invierno en la sierra le apartan el gorro de la cabeza para colocarle una corona…

Mediados de febrero. Nieva y arrea el viento. Arranca otro martes con varios grados bajo cero. Hace días que apenas pasan coches; días en los que acaso, y con suerte, te cruzas con algún vecino. Otra vez te dices que el estado en el que se encuentra la carretera, con casi un palmo de nieve, te dejará sin pan. Todavía así, te acercas hasta la plazuela de la Venta Rampias; lugar de encuentro. Al rato, suena un claxon… Es Raimundo, nuestro rey, que se abre paso para vender algunas docenas de panes y para puntualizar que la vida, pese a todo, también puede ser maravillosa.     
(La historia da para mucho más; el espacio que me prestan en el periódico, no)

miércoles, 3 de julio de 2013

LA SIERRA SEGURA

Coger el coche un día cualquiera y dejarte caer desde Segura de la Sierra hasta las Juntas de Miller, y ahí girar a derechas, hasta Santiago de la Espada, atravesando el sobrecogedor cañón del río Zumeta, conforma un maravilloso y sin igual paseo con la soledad. Puede que en esa inmensidad de tierra no habiten doscientas personas; puede, incluso, que durante los meses de invierno no vivan siquiera cien. La carretera está mal. Y lo seguirá estando. Comprensible, atendiendo a las circunstancias económicas del país. Otra cosa sería preguntarnos por qué siempre ha estado mal y por qué nunca se han cubierto convenientemente los veinte o treinta baches con los que te tropiezas cada veinte o treinta kilómetros.
Sitúo a quienes aún no lo hayan hecho. Nos encontramos dentro del parque natural de las sierras de Cazorla, Segura y las Villas, el espacio protegido más grande de España y segundo de Europa: un tesoro que se alimenta del agua que cae del cielo, que no pide nada y que necesita poco, acaso protegerse de nosotros.
El final del otoño, el invierno y la primavera han resultado espectaculares: agua a mansalva, que ha propiciado el surgimiento de riachuelos y jordanas en cada una de las laderas, cascadas en cientos de precipicios, y ríos bravos, vivos, insultantemente vivos. Su aspecto actual abruma: no existe una sola tonalidad de verde que no se pueda encontrar, no caben más flores, y el manto que configuran el tomillo, la mejorana, la ajedrea, el  espliego, los helechos… le otorgan un aspecto que llega a parecer selvático. No cabe duda: estamos hablando de uno de los espacios más únicos del mundo.  
Si el miedo es un antepasado de la prudencia, pretendo ser prudente; si entre ellos no existe parentesco alguno, soy miedoso. ¿Qué va a ocurrir este anhelado verano, cuándo el verdor se torne en amarillo y a esos doscientos habitantes haya que sumarles la visita de miles de turistas? ¿Es cierto el recorte en la partida para prevención de incendios?
La escasa población del parque ayuda a silenciar los distintos problemas que acoge; y la tierra, las montañas, los árboles y los animales que lo habitan, aún no han aprendido a gritar. Todo parece indicar que se trata de una víctima fácil de la crisis que sufrimos. De hecho, este mismo invierno ya se ha notado cierta desatención, en lo que respecta a la funcionabilidad de las máquinas quitanieves, dejando, durante varios días, a alguna familia aislada. Y el año pasado, en algunas de las casetas de vigilancia el turno de noche ya había sido desmantelado.
El mayor éxito de un espacio como el que nos ocupa es que permanezca inalterable, bajo el único amparo del paso de las estaciones, del paso del tiempo. Conocemos las consecuencias de un incendio, el periodo que requiere la madre naturaleza para restablecerse. Nosotros saldremos de esta crisis en dos, tres, cinco, tal vez diez años. ¿Cuántos años deberíamos esperar para volver a disfrutar de este presente, si se sucediera lo peor?
No desahuciemos el bien más preciado que tenemos. No olvidemos que se trata del suelo que pisamos.