Nos han enseñado a bajar de la luna;
ahora ya sabemos que los coches de gama alta, las segundas residencias, los
pisos de nueva construcción y el picoteo recurrente y regular en la calle, acaso
componían una imagen perfecta de la gula. De nada sirve argumentar que la
consecución de esas quimeras obedecía a largas horas de trabajo y al poder
disuasorio de una nómina ante la política de concesión de créditos por parte de
los bancos. Aquella ostentación de éxito estrangulaba la horma de cualquier
zapato. Y entonces, tal vez para devolvernos los pies al suelo, la economía se
frenó y nos mostró, sin tapujos, que las entidades financieras eran meros
castillos en el aire, sin más poesía que la usura y el acopio de beneficios.
Nos han enseñado también que el
organigrama de los gobiernos, debido a la deuda que adquieren para prestarnos
los servicios que creíamos pagados con nuestros impuestos, precisa de la
existencia de esos mismos bancos. Y hemos presenciado, en un ejercicio de
desvergüenza supina, cómo se antepone la salvación y supervivencia de un sistema
delictivo y embustero a la reparación de la dignidad del pueblo.
Llegados a este punto, con “nosecuantos”
millones de parados, desahucios y demás penurias, nos toca ingerir un nuevo
dogma: la competitividad. Sí, nuestro regreso a la liga en la que los jugadores
tienen asegurado el alimento y un brasero bajo las faldillas, nos exige desandar
camino, situar los emolumentos que percibimos por un determinado trabajo a otra
época en la que un café no costaba doscientas pesetas, ni una barra de pan
veinte duros, aunque el precio del café y del pan continúe siendo ese y la
única manera de salvar el obstáculo sea pisando menos el bar y menguando el
tamaño de los bocadillos.
Mi duda, en cuanto a tanto aprendizaje,
es hasta cuándo y hasta dónde están dispuestos a llegar. Porque cabe
preguntarse si estos mandamases sin escrúpulos, que ejercen de manera
preciosista la labor de mamporreros, han sopesado que no es lo mismo vivir que
subsistir, y que la ciudadanía, sabia, soberana y maga, puede reconvertir
cualquier día en un maravilloso día de San Martín.
(Artículo publicado en el Diario Jaén, el jueves 5 de diciembre del 2013)