Cuesta
asumirlo, porque se entienden mejor los planteamientos que parten de la
solidaridad y de la justicia social; pero hemos de ser honestos y reconocer que
los españoles, una vez superado el miedo a un nuevo golpe de estado y a una
nueva dictadura, preferimos ser tutelados por gobiernos de derechas. De
derechas acabaron siendo las políticas de Felipe González, y, como nos
parecieron poco de derechas y andábamos sumidos en una crisis anterior, le
cambiamos por el inolvidable Aznar.
Aznar vendió el país, y con una parte de
esos réditos nos hizo creer que al fin alcanzábamos la cima de los poderosos.
Seamos justos: su historia, la de Aznar, marchaba a velocidad de crucero;
encalló por la guerra de Irak, por ese deseo irrefrenable y estúpido de subir
los pies a la mesa del presidente norteamericano, por sacar a la luz una de las
personalidades más patéticas de los últimos siglos. Sin la famosa foto de Las
Azores, Zapatero no habría llegado al gobierno; al menos, no tan pronto.
Zapatero
nos modernizó y me atrevería a decir que nos hizo mejores personas; pero en
cuanto se esfumaron los ahorros por la venta del país y la clase trabajadora
comenzó a sufrir las consecuencias, no dudó en adoptar los principios de la
derecha más rancia: recordemos solo el desahucio exprés de Carme Chacón y la
modificación del artículo 135. Su fracaso, el de Zapatero, no trajo consigo el
ascenso de ningún partido de izquierdas. Los españoles creímos entonces que
nuestro error había sido confiar en un sucedáneo y votamos mayoritariamente a
Rajoy, que encarna (y lo seguirá haciendo por los siglos de los siglos) a la
derecha más conservadora posible, en el marco de las democracias occidentales.
186 diputados le dimos. ¿Y qué pasó? Que se encontró un país sin nada que
vender y que le empezaron a florecer decenas de casos de corrupción, dejando al
español de a pie en un desierto, inmerso en un síndrome de Estocolmo,
contrariado, como cuando uno se olvida de sacar el almuerzo del congelador;
atontado, sin saber cómo, ni cuándo, ni dónde; aterrado, por si atesora algo de
verdad la idea de que sí se puede, pero de otra forma: desde los principios de
la solidaridad y de la justicia social.
(Artículo publicado en el Diario Jaén, el 12 de mayo del 2016)