La otra tarde, tras un entierro, con
alguna copa de más y un amigo menos, alguien decía que ese ejercicio, el de
acompañar al muerto en la iglesia o en el tanatorio y dar nuestro pésame a sus
más allegados, en la mayoría de las ocasiones estaba impregnado de egoísmo;
porque con esa acción las únicas penas que quedaban redimidas eran las nuestras.
No entendí. Y se explicó: “¿Cuánto tiempo hacía que no veías a Fulano (nuestro
muerto)? ¿Y la última vez qué os dijisteis? ¡A
ver si nos vemos! ¿Verdad?” Acabó su alegato rogándonos, a todos los
presentes, que dejáramos de ir a su entierro, pero que procuráramos no
olvidarnos de llamarle por su cumpleaños y un sábado de cada cinco o seis para
tomar algo, aunque fuera un agua con gas.
Esto dio pie a que otro argumentara que
eso mismo, trasladado al ámbito político, ocurría con el estado del bienestar:
“disminuyen la cantidad y la calidad de las prestaciones, pero jamás las harán
desaparecer del todo. De ahí sacan sus tantos por ciento, los contratos para
los amigos y la simiente para su trasvase a lo privado, toda vez que dejen de
dedicarse a lo público”.
Y, por último, otro sacó a colación esa
canción-paleolítico del maestro Joaquín Sabina, titulada “El joven aprendiz de
pintor” y situada, para la ocasión, más en lo social que en lo artístico; y
vino a decir que un buen número de los que prestan su ayuda y juran que están y
estarán siempre para cuanto sea necesario, no se alegran de un giro en la
suerte de sus benefactores; porque además de pasta, legumbres y arroz (por
poner un ejemplo de ayuda), en las bolsas echan el deber del agradecimiento.
Yo, casi por decir algo, recordé que con
demasiada frecuencia nos olvidamos de que para resultar útiles en lo malo
primero hay que haber estado en lo bueno; porque en lo malo se presume la
obligación y en lo bueno la apetencia.
Después, volvimos a brindar por el
ausente, prometimos no dejar pasar tanto tiempo hasta la próxima y nos dijimos
adiós con la firme intención de empezar a disfrutarnos más y a llorarnos menos.
“Hasta que la muerte os junte”, me
pareció oírle decir al camarero que había oficiado la ceremonia, cuando se
cerraba la puerta.
(Artículo publicado en el Diario Jaén el 11 de septiembre del 2014)
Pues sí, disfrutémonos más, acompañémonos más ahora que tenemos tiempo.
ResponderEliminarUn saludo,
Gracias por pasar, Carmen. un saludo
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