Un día moriré pronto y
se te hará tarde para decirme “te quiero”. Puede que ocurra en este mismo
extremo de la mesa, mientras cenamos el uno frente al otro: un leve mareo, me
ensimismo para tratar de escapar del vaivén, entro en un trance superior, me
despego extrañamente del sitio y desaparezco, con la cabeza sobre el plato, sin
más. Entonces tú sueltas los cubiertos, arrastras la mitad del mantel sin saber
cómo, vienes a mí y me preguntas qué me pasa, y me dices que vuelva en sí, que
me quieres. Pero ya no te oigo. Estoy muerta. O puede que sí te escuche, desde
un lugar lejano, en las antípodas de la vida, destinado a las almas con pena. Y
puede que a mí me sirva esa imagen y ese mensaje, adivinándote desolado, a los
pies de mi cadáver, pidiéndome una vez tras otra que no me vaya, que resista,
que aguante, y abandone ese lugar repleto de gente triste que no respira y
acceda a otro lleno de gente alegre, que no respira. ¿Qué más da? Nuestra
comunicación se habrá roto...
Por eso creo que deberías
dejar de mirar la tele. Apagarla. Y dejar los cubiertos sobre el plato, con
tranquilidad. E incorporarte de la silla. Y venir hasta este extremo de la mesa
antes de que se te haga tarde; porque te juro que me vencen las ganas de
morirme.
Eso es fluir, lo demás son tonterías! Bs
ResponderEliminarBesos grandes!!
Eliminar¡Muy grande!
ResponderEliminar¡Tú más!
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