El electricista ha
anotado su nombre y su número de teléfono en el trozo de regleta que baja del techo
al cuadro. Ha usado un rotulador indeleble, de color negro. Me ha dicho que ahí
y con esa tinta, siempre lo tendré presente, frente a cualquier problema.
También me ha dicho que él no cree que vuelva a producirse otro cortocircuito,
y me hablado de la nueva potencia que tengo contratada, del grosor de los nuevos
cables y de lo dificultoso que le ha sido traspasarlos a través de la instalación
antigua. Luego me ha dado dos besos. Quizá por su edad y por la mía, ha pensado
que ese era el modo más adecuado de acompañar el adiós. No me ha parecido mal.
Yo, cuando se ha inclinado para hacer chocar sus labios contra mis mejillas, he
apretado con mi mano su antebrazo. Espero que a él tampoco le haya parecido mal
y que este gesto tan nimio no le haya conducido a imaginar cosas que no son.
A Miguel le ha
explicado la conveniencia de los cinco mil cuatrocientos kilovatios, aunque nos
suba la cuota fija, y lo de los cables nuevos a través de la línea antigua. He
omitido lo de la tarjeta de visita y lo de los besos. ¿Para qué? Miguel es
celoso y enseguida le habría puesto pegas al nuevo contrato y al hecho de haber
usado un viejo esqueleto, aunque eso nos haya supuesto un ahorro considerable. Porque ya puestos, mejor hacer las cosas
bien, me habría dicho, para, seguidamente, tachar el nombre y el número de
nuestro nuevo electricista, con otro rotulador indeleble, y dejarlo todo tal y
como está.
Esta tarde, mientras
Miguel echaba su cabezadita, le he estado dando vueltas a ese asunto. Según
nuestro nuevo electricista, la manguera que guarda el cable nuevo es de
diámetro dieciséis, y el cable en sí, de catorce. Espacio justo; pero
suficiente, si no fuera por la fricción que se produce en las esquinas. La
posibilidad de sobrecalentamiento, también según el chico, queda extirpada por
el aumento de potencia. De ahí la necesidad del nuevo contrato, el de los cinco
mil cuatrocientos kilovatios. Y después están los nuevos enchufes con toma de
tierra, para los aparatos que precisan de más energía. Todo correcto. A la
orden. Y, sin embargo, en cuanto Miguel ha despertado y ha salido a entrenar, me
he acercado a la regleta, he retenido en la memoria el nombre de pila anotado y
he marcado el número.
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