Alguna vez he comentado
con amigos que el día que me fallen la polla o el estómago me pego un tiro.
Alguna vez he dicho que nada más me merece tanto la pena y que lo demás es sólo
eso, lo demás. Imagínate como me miran: Absortos. Estupefactos. Sorprendidos.
Desangelados. Entonces no entienden que todos, de un modo u otro, obedecemos criterios
muy similares y que, en realidad, únicamente varían los puntos sobre los que
colocamos el gobierno de nuestro equilibrio.
Gozar o trabajar en esa
dirección, aunque para ello uno deba elegir el rumbo menos plausible. No cabe
más credo sobre la faz de esta tierra. Y da igual el motivo; el mismo influjo
produce la carne que el pescado, el olvido que la memoria, dependiendo de para
quién. Porque para gozar es preciso exprimir las posibilidades del prójimo y
las de uno mismo, democratizar la querencia, el apego… Y averiguar lo que
duele, y lo que cansa, y lo que reporta y aporta felicidad, desmayos,
impaciencia, sequedad en la boca y en la mente… vivir con el corazón a la
intemperie, reduciendo las circunstancias a fuego lento para que no se queme
ninguna de ellas y pase a ser imperativo obedecer su abandono.
No son mi polla ni mi
estómago. Nada de eso. Es el camino…
Porque para traerte
aquí antes he tenido que enamorarte y hacer que toda la sangre que atraviesa tu
cuerpo se ponga a hervir. Y antes de eso, mucho antes, descender hasta el
enclave donde se hilan cuidadosamente
tus intereses y taladrar ese sitio tan profundo con la suave brisa de mi propio
interés. Porque yo te amo y preciso del líquido hipnótico que emana de tu boca
y de tu sexo, pero con idéntica intensidad amo amar, la sensación en su origen
más puro.
A mí nada me gusta más
que tu piel y la caída lánguida de las noches alrededor de una botella, por el
queso añejo que preña de sabor cada copa de vino, porque entonces fluyen las
palabras, la controversia, incluso el desatino. Pero entiendo, comparto y acato
la existencia de otro billón de razones. Todas, al fin y al cabo, desembocan en
el mismo río: Podría pasar cien días a pan y agua; jamás una semana lejos de
esta cama. ¿Qué hay de raro en todo ello?
Por eso, ahora, en
cuanto te vistas y te vayas y asuma que no puedo culpar a nadie salvo a mí
mismo de la mortandad de mi polla, agarraré la pistola y me pegaré un tiro.
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