¿Con
qué armas luchamos contra la organización terrorista Boko Haram, que usa a
niñas de diez años como paquetes explosivos para hacer estallar sus objetivos?
Porque estamos en guerra, ¿no es cierto? ¿O no merecen esos asesinos que nos declaremos
en guerra contra ellos? Me gustaría plasmar lo obvio ahora, de inmediato, para
poder dedicarnos luego por entero a la solución del conflicto de las niñas. Lo
obvio es que el primer mundo —el nuestro— sostiene casi el cien por cien de la
culpa de lo que ocurre allí, en ese otro mundo. Bien, eso ya está hecho: una
atrocidad, un genocidio que se ha extendido a lo largo de varios siglos.
¿Nuestro deber como ciudadanos? Impedir que las políticas de nuestros gobiernos
se perpetúen un solo día más en esa dirección y llevar hasta el último rincón
del planeta esa máxima de: Libertad, igualdad y fraternidad.
Dicho
esto, centrémonos ahora en lo otro. Pregunto: ¿En el hipotético, absurdo e
imposible caso de que tuviéramos a esos terroristas reunidos en la cima de una
montaña, sin rehenes ni inocentes a su alrededor, cabría pensar en una bomba
sobre sus cabezas, en una ejecución medida y premeditada, o, dada nuestra
educación y legislación democrática, lo ideal sería lograr su apresamiento y
sentarles ante nuestros tribunales? En nuestro país no existe la pena capital
ni la cadena perpetua, a dios gracias.
Entonces, ¿qué deberíamos hacer con uno de esos jefes de la organización
terrorista que secuestra a niñas de diez años para usarlas como paquetes
explosivos, tras pasar por nuestra Audiencia Nacional y por alguno de nuestros
centros penitenciarios durante veinticinco o treinta años? ¿Soltarlo y ayudarle
a reinsertarse en la sociedad?
No
es inteligente establecer cualquier clase de diferencia entre las acciones
terroristas. Lo mismo da que sea un tiro en la nuca, una bomba en los bajos de
un coche o un artefacto explosivo en unos grandes almacenes. Está claro. ¿Pero
no os parece que esta sangre fría excede a todo lo demás? Un hombre forra a una
niña con explosivos y la hace estallar. No hay error alguno en su proceder, no
puede decir: desconocía la presencia de niños, de inocentes…
¡Malditos!
Están consiguiendo que nos volvamos unos monstruos.
(Artículo publicado en el Diario Jaén el 26 de febrero del 2015)
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