jueves, 5 de diciembre de 2013

HASTA DONDE Y HASTA CUANDO

Nos han enseñado a bajar de la luna; ahora ya sabemos que los coches de gama alta, las segundas residencias, los pisos de nueva construcción y el picoteo recurrente y regular en la calle, acaso componían una imagen perfecta de la gula. De nada sirve argumentar que la consecución de esas quimeras obedecía a largas horas de trabajo y al poder disuasorio de una nómina ante la política de concesión de créditos por parte de los bancos. Aquella ostentación de éxito estrangulaba la horma de cualquier zapato. Y entonces, tal vez para devolvernos los pies al suelo, la economía se frenó y nos mostró, sin tapujos, que las entidades financieras eran meros castillos en el aire, sin más poesía que la usura y el acopio de beneficios.   

Nos han enseñado también que el organigrama de los gobiernos, debido a la deuda que adquieren para prestarnos los servicios que creíamos pagados con nuestros impuestos, precisa de la existencia de esos mismos bancos. Y hemos presenciado, en un ejercicio de desvergüenza supina, cómo se antepone la salvación y supervivencia de un sistema delictivo y embustero a la reparación de la dignidad del pueblo.

Llegados a este punto, con “nosecuantos” millones de parados, desahucios y demás penurias, nos toca ingerir un nuevo dogma: la competitividad. Sí, nuestro regreso a la liga en la que los jugadores tienen asegurado el alimento y un brasero bajo las faldillas, nos exige desandar camino, situar los emolumentos que percibimos por un determinado trabajo a otra época en la que un café no costaba doscientas pesetas, ni una barra de pan veinte duros, aunque el precio del café y del pan continúe siendo ese y la única manera de salvar el obstáculo sea pisando menos el bar y menguando el tamaño de los bocadillos.

Mi duda, en cuanto a tanto aprendizaje, es hasta cuándo y hasta dónde están dispuestos a llegar. Porque cabe preguntarse si estos mandamases sin escrúpulos, que ejercen de manera preciosista la labor de mamporreros, han sopesado que no es lo mismo vivir que subsistir, y que la ciudadanía, sabia, soberana y maga, puede reconvertir cualquier día en un maravilloso día de San Martín.   

(Artículo publicado en el Diario Jaén, el jueves 5 de diciembre del 2013)


jueves, 7 de noviembre de 2013

VERGOGNA

Se aproxima el primer aniversario del papado de Francisco I y aún seguimos escudriñando cuánto hay de verdad y cuánto de servilismo en sus mensajes. ¡Qué necedad! Llevamos vida y media proclamando la necesidad de que la cabeza más visible de la Iglesia se deje de divinidades y arrastre de una vez los pies por el suelo; y cuando por fin Lázaro se levanta y comienza a caminar, el resto del mundo se para, olvida sus requerimientos y se dedica a tratar de encontrar imperiosamente atisbos de ambigüedad o dobles lenguajes en cada una de sus palabras.

De manera parecida atendemos las resoluciones que van tomando los gobiernos. El italiano, tras el par de últimos accidentes (¡tras los más de 500 muertos!), ha decidido reforzar su presencia militar en la costa de Lampedusa. El español, da igual con qué partido en el gobierno, cada poco eleva unos cuantos metros más la barrera que separa a negros y blancos. Y la comunidad internacional, entretanto, aboga por ayudar económicamente a sus países aliados, para que no corran ellos con todos los gastos del muro y, sobre todo, porque no vaya a ser que tras salvar la verja o cruzar el estrecho, el negro se piense que “ancha es Castilla” e intente traspasar nuevas fronteras.

Mientras, nosotros nos indignamos lo indecible; tanto que en ocasiones hasta le hablamos airosamente a la voz que sale de los altavoces de la tele. Y hasta nos echamos las manos a la cabeza por tamañas injusticias; y puede que hasta lloremos durante esos segundos trágicos en los que comprendemos que los seres humanos que protagonizan esas desgracias son idénticos a nosotros. Pero puede que también, acto seguido, vayamos a una administración de lotería a comprar un décimo para el sorteo de navidad, un décimo que nos ayude a soñar, a pesar de las infinitas probabilidades de que esos 20 euros acaben en la basura. Y puede que, como en ese chiste de los dos pobres que imaginan lo que harían si se encontraran un millón de euros en la calle, cuando los unos a los otros nos preguntemos: “¿Y para los pobres cuánto?” Todos respondamos: “’Pa’ los pobres ‘na’”.


No creo en Dios. Pero me encanta que su lugarteniente sienta, cuanto menos, vergüenza. 

(Artículo publicado en el Diario Jaén el 7 de noviembre del 2013)

jueves, 10 de octubre de 2013

LA SIERRA SUR


 

En el plano natural, la provincia de Jaén tiene cinco “hijos”: Las sierras de Cazorla, Segura y las Villas; Despeñaperros; la Sierra de Andújar; Sierra Mágina y la Sierra Sur. Las cuatro primeras cuentan con diferentes estatus de protección. La Sierra Sur, pese a andar en dicha tarea desde tiempos inmemoriales, aún no. ¿Para qué sirve el sobrenombre de Parque natural, o algún otro similar? Principalmente, para salvaguardar dichos terrenos de las tropelías que comete el ser humano, y para arrebatarle al olvido y a la inexistencia aspectos etnológicos que nos han venido construyendo a lo largo de los años.

Las singularidades que le confieren a la Sierra Sur un valor incalculable, más que digno de pertenecer al mismo grupo que el resto de nuestras sierras, son innumerables e incuestionables: cuenta con el bosque de tejos más nutrido de Andalucía; se trata de uno de los bosques mediterráneos que menos ha acusado el paso del hombre, muy dado a deforestar o reforestar según su conveniencia; la espectacularidad de sus formaciones geológicas, como la ventana tectónica del Valle de Ranera, la más amplia de Europa; su población de aves rapaces; sus encinares; la variedad de sus paisajes; los vestigios de nuestros antepasados, en forma de pozos neveros, caminos de herradura, molinos harineros, cortijadas, fuentes, abrevaderos…

Vivimos en el renacimiento de una era de reivindicaciones y defensa de derechos. Nos acucian los problemas, la irrupción de necesidades, las urgencias… Y puede que pugnar en estos tiempos por la consecución de algún tipo de figura proteccionista para una sierra no parezca prioritario. Sin embargo, resulta difícil imaginar mejor mango para un martillo, que poner en valor a la tierra que nos identifica y nos distingue.  

El 24 de noviembre, a las cuatro de la tarde, en la casa de la cultura de Valdepeñas de Jaén, hay convocada una reunión para constituir la plataforma que trasladará a los organismos competentes la necesidad de dotar de protección a la Sierra Sur. Entretanto, me atrevo a proponeros un paseo por cualquiera de sus parajes, por aquello de que una mirada dice más que mil palabras; y a haceros una pregunta: ¿No vais a venir? 

(Publicado en el Diario Jaén, el 10 de octubre del 2013) El tema, una sierra tan inmensa y rica, da para escribir decenas de libros; el espacio que me ceden en el periódico obliga a introducirlo en un corsé.




jueves, 12 de septiembre de 2013

GR-247: EL OTRO CAMINO

El camino de Santiago, en su vertiente francesa, la más popular y frecuentada, comprende aproximadamente ochocientos cincuenta kilómetros. Tiene su punto de inicio oficioso en San Juan de Luz, en el país vasco francés; y tras atravesar parte del pirineo navarro, La Rioja y las provincias de Burgos, León, Lugo y A Coruña, se alcanza la ansiada y mágica meta de la ciudad compostelana. Eso si no eres un valiente y no prosigues hasta Muxía o Fisterra, a quemar la ropa vieja y las malas energías frente a ese océano que ruge hasta desatascar las almas.

El GR-247 (GR significa sendero de gran recorrido) abarca cuatrocientos y pico kilómetros; es circular y puedes sumarte a él en cualquier punto y, desde ese punto, llegar a otro punto mágico, único. Empieza en el parque natural de las sierras de Cazorla, Segura y las Villas, y culmina en el mismo parque, sin salirse un palmo de él en momento alguno, sin abandonar nuestra mágica provincia ni un solo centímetro. A día de hoy, se trata del GR más extenso de Europa acotado en un solo espacio protegido. Está recién inaugurado; señalizado y equipado con refugios para el merecido descanso del caminante; dotado incluso con distintas variantes dentro de una misma etapa, convirtiéndolo en un extraordinario camino sin fin para el senderista, para el cultivador de paisajes. Salvando el obstáculo que supone no contar con el favor de un apóstol, y teniendo claro que lo idóneo no sería convertirlo en una Meca de peregrinación masiva, ahora quizá toca barajar las diferentes posibilidades que puede ofrecer en el plano económico, en la generación de empleo. Una obra de estas características se distingue, principalmente, por estar viva y sometida a las inclemencias del tiempo y a las de nuestro paso: sus beneficiarios. ¿Quiénes se van a hacer cargo de su mantenimiento? (sobreentendiendo que se habrá pensado en una partida presupuestaria para tal efecto) ¿Se va a publicitar en los foros adecuados y suficientemente? ¿Resulta demasiado atrevido pensar en cierta repoblación para dar servicio a los usuarios, en aquellas zonas del parque que carecen de ellos? Pido disculpas si ando exponiendo disparates. Pensaba en aquello de que igual y con pequeñas soluciones se logra doblegar a los grandes problemas. 

(Artículo publicado en el Diario Jaén el 12 de septiembre del 2013)

domingo, 18 de agosto de 2013

VOLVER CON LA FRENTE MARCHITA

A nuestra provincia, la prosperidad llegaba en verano, montada en coches grandes. Salía de Cataluña, Madrid o Valencia cargada de añoranza, a mirarse en un espejo que le permitía descubrirse con algunos años menos, pero también con muchos menos posibles y, a priori, con exiguas posibilidades de progreso. Llenaba las terrazas de los bares, dotándolas de algarabía y de solemnes y sublimes reencuentros; luego prometía dejarse caer en navidad o en cualquier otro puente próximo; abrazaba lo indecible a los abuelos y a los tíos y a los primos que nos quedábamos aquí, y se iba para continuar trabajando, a seguir prosperando, en el mismo coche grande, colmada de antídotos contra la nostalgia (en forma de embutidos y aceite). Lo hacía con la idea de volver algún día para quedarse; hasta que el nacimiento y el matrimonio de sus hijos, y el nacimiento de los hijos de éstos, le obligaba a doblegar esa querencia, a cambiar la patria del corazón por la patria que teje la sangre.
Hoy esa prosperidad ha muerto. Y quienes la representaban vuelven en ambulancia y con la frente marchita. Les prometieron que el trabajo duro y el esfuerzo de separarse de sus familias y de su pueblo tendrían recompensa. Nos prometieron que en las tripas de las grandes urbes yacía el dorado: una vida más mansa, con espacio y oportunidades para todos. Una vida posible: con ocho horas de fábrica, y médico, y escuela, y universidades, y más trabajo…
Existe en la sierra de Segura un museo que rememora la vida y oficios de antaño, el Museo del Alma Serrana. Cuando uno lo visita, no tarda en darse cuenta de lo ardua que era, años atrás, la mera tarea de vivir. Y, sin embargo, ahora resulta inevitable preguntarse si erramos no tratando de progresar en nuestros lugares de origen, valiéndonos de nuestra sapiencia y de nuestras posibilidades.
Estamos en agosto. En las terrazas nos abrazamos los que decidimos permanecer aquí y los que llegan a pasar el verano; a ambos nos sobra perjurar que nos hemos echado de menos. Ellos se van; no les queda más remedio: la crisis no ha dejado un palmo de tierra sin veneno. Sólo espero que los que nos quedamos, los que aún no nos hemos ido, hayamos aprendido que no debemos aceptar la golosina de cualquier pendejo.  


(Publicado en el Diario Jaén el 15 de agosto)

jueves, 18 de julio de 2013

UN CUENTO DE INVIERNO

Ahora, que aún tenemos casi seis meses por delante para alimentar el olvido, se puede contar: los reyes magos no sólo vienen de Oriente y no son sólo tres. Yo conozco a uno que vive en la Matea, una pequeña aldea a pocos kilómetros de Santiago de la Espada. Ni Gaspar, ni Melchor, ni Baltasar. Este rey se llama Raimundo. Y no viaja a lomos de un camello, ni trasporta oro, incienso o mirra. Raimundo conduce una furgoneta cargada de pan.
Durante estos meses de verano, o incluso ya desde mayo, mes en el que los antiguos moradores de la sierra abandonan sus actuales residencias (Orcera, La Puerta de Segura, Arroyo del Ojanco, Valencia, Castellón, Cataluña…) y regresan a sus lugares de origen para poner en marcha el hortal, no resulta raro ver a distintos recoveros, con verdaderos hipermercados sobre cuatro ruedas, recorriendo las aldeas y las cortijadas repartidas por el valle del río Madera. Entonces sí compensa el gasto de gasolina y de tiempo; ya no es sólo un puñado de locos el que trata de subsistir en esta tierra. Comprendo a estos vendedores ambulantes: el trabajo se concibió para recibir un beneficio a cambio, y se antoja imposible que puedan obtenerlo con tan escasa clientela.
Sabed que si algún día venís a cocinar un arroz a cualquiera de las áreas recreativas esparcidas por esta zona del parque (los Negros, la Morringa, la Toba) y se os olvida el arroz, la sal, deberéis desandar camino durante casi una hora de coche, pues no existe una sola tienda de ultramarinos.
Es en este punto cuando nuestro panadero acopia importancia y todos los que duermen las noches de invierno en la sierra le apartan el gorro de la cabeza para colocarle una corona…

Mediados de febrero. Nieva y arrea el viento. Arranca otro martes con varios grados bajo cero. Hace días que apenas pasan coches; días en los que acaso, y con suerte, te cruzas con algún vecino. Otra vez te dices que el estado en el que se encuentra la carretera, con casi un palmo de nieve, te dejará sin pan. Todavía así, te acercas hasta la plazuela de la Venta Rampias; lugar de encuentro. Al rato, suena un claxon… Es Raimundo, nuestro rey, que se abre paso para vender algunas docenas de panes y para puntualizar que la vida, pese a todo, también puede ser maravillosa.     
(La historia da para mucho más; el espacio que me prestan en el periódico, no)

miércoles, 3 de julio de 2013

LA SIERRA SEGURA

Coger el coche un día cualquiera y dejarte caer desde Segura de la Sierra hasta las Juntas de Miller, y ahí girar a derechas, hasta Santiago de la Espada, atravesando el sobrecogedor cañón del río Zumeta, conforma un maravilloso y sin igual paseo con la soledad. Puede que en esa inmensidad de tierra no habiten doscientas personas; puede, incluso, que durante los meses de invierno no vivan siquiera cien. La carretera está mal. Y lo seguirá estando. Comprensible, atendiendo a las circunstancias económicas del país. Otra cosa sería preguntarnos por qué siempre ha estado mal y por qué nunca se han cubierto convenientemente los veinte o treinta baches con los que te tropiezas cada veinte o treinta kilómetros.
Sitúo a quienes aún no lo hayan hecho. Nos encontramos dentro del parque natural de las sierras de Cazorla, Segura y las Villas, el espacio protegido más grande de España y segundo de Europa: un tesoro que se alimenta del agua que cae del cielo, que no pide nada y que necesita poco, acaso protegerse de nosotros.
El final del otoño, el invierno y la primavera han resultado espectaculares: agua a mansalva, que ha propiciado el surgimiento de riachuelos y jordanas en cada una de las laderas, cascadas en cientos de precipicios, y ríos bravos, vivos, insultantemente vivos. Su aspecto actual abruma: no existe una sola tonalidad de verde que no se pueda encontrar, no caben más flores, y el manto que configuran el tomillo, la mejorana, la ajedrea, el  espliego, los helechos… le otorgan un aspecto que llega a parecer selvático. No cabe duda: estamos hablando de uno de los espacios más únicos del mundo.  
Si el miedo es un antepasado de la prudencia, pretendo ser prudente; si entre ellos no existe parentesco alguno, soy miedoso. ¿Qué va a ocurrir este anhelado verano, cuándo el verdor se torne en amarillo y a esos doscientos habitantes haya que sumarles la visita de miles de turistas? ¿Es cierto el recorte en la partida para prevención de incendios?
La escasa población del parque ayuda a silenciar los distintos problemas que acoge; y la tierra, las montañas, los árboles y los animales que lo habitan, aún no han aprendido a gritar. Todo parece indicar que se trata de una víctima fácil de la crisis que sufrimos. De hecho, este mismo invierno ya se ha notado cierta desatención, en lo que respecta a la funcionabilidad de las máquinas quitanieves, dejando, durante varios días, a alguna familia aislada. Y el año pasado, en algunas de las casetas de vigilancia el turno de noche ya había sido desmantelado.
El mayor éxito de un espacio como el que nos ocupa es que permanezca inalterable, bajo el único amparo del paso de las estaciones, del paso del tiempo. Conocemos las consecuencias de un incendio, el periodo que requiere la madre naturaleza para restablecerse. Nosotros saldremos de esta crisis en dos, tres, cinco, tal vez diez años. ¿Cuántos años deberíamos esperar para volver a disfrutar de este presente, si se sucediera lo peor?
No desahuciemos el bien más preciado que tenemos. No olvidemos que se trata del suelo que pisamos. 

jueves, 20 de junio de 2013

LAS NOCHES ETERNAS

Vendrá una noche en la que duerma con la acidez de tu piel en la punta de mi lengua, respirando a apenas un centímetro de tu nuca, temblando abrazado a ti, todavía con el falo semi erecto, colocado cuidadosamente entre tus nalgas. Y vendrá otra noche en la que duerma con tu cuerpo sobre el mío, mientras lames fatigosa mi cuello, mi barbilla y los lóbulos de mis orejas; una noche en la que alguno de los dos interrumpiremos el sueño del otro con pequeños mordiscos en el cuello, en la barbilla y en los lóbulos de las orejas; y en la que volveré a dormirme con tu cuerpo enlazado al mío, tomándote las manos, tranquilo, como en un paraíso. Y después de algunas noches como ésta, vendrá otra en la que desearé dormir solo. Y tras esa, que se irá repitiendo cada vez con una frecuencia más corta, vendrá una noche eterna, en la que ya no querré dormir contigo.
Al cabo de algunos meses o de algunos años —puede que diez o quince—, conoceré a otra persona: alguien que me recordará que antes de encerrarnos en casa, tú y yo también formábamos parte del mundo; entonces me vendrán a la cabeza las noches en las que aún debía de presumir los secretos de los que me has hecho partícipe; echaré en falta esa sensación, esa vida, ¡la vida!; y pensaré en esa otra persona como en el cáliz de mi resurrección. Intentaré acostarme con ella; si lo consigo o no ya no cuenta; el delito es el mismo: acuchillar a un ser humano que ya está muerto, a ti.
Y volveré a naufragar. Lo haré sin duda; la fuerza del paso del tiempo abrirá un boquete en el casco y todo se inundará de nuevo. Pero, en el momento más álgido del castigo, con la mente zozobrando contra el acabose, veré una luz parpadeando a lo lejos; entonces, como una víctima de la publicidad subliminal, me repondré de pronto y, sirviéndome del antepenúltimo impulso, remaré con todas mis fuerzas hacia un nuevo y maravilloso fracaso… ¡La vida!   

martes, 21 de mayo de 2013

LA PUNTA


Caminas adrede con una punta clavada en la suela del zapato. Llevas toda la noche recorriendo el pasillo en ambos sentidos. Quieres acostumbrarte a esa punzada, que no quede ni rastro de amortiguación en el maldito pie derecho y que deje de asomarse cada dos pasos el gesto de dolor en tu cara.
Tienes pensado hacerte de su mano izquierda en cuanto salga de la tienda; apretarla cada tanto, cada dos pasos. Crees que eso te servirá para aminorar la atención de lo que ocurre abajo —sólo aminorar. Se trata de eso, de aminorar, no de disolverla del todo—. También has ideado proponer una conversación divertida, que os haga reír y convulsionaros levemente. Ella no debe darse cuenta. Te preguntaría; y aunque tú te empeñes en lo contrario, acabaría averiguando lo que sucede y te verías obligado a relatarle la verdad.
La verdad es que te falla la memoria. Olvidas las cosas que le has prometido. Y lo que aún es peor: te olvidas de ella. Porque hay miles de cosas que sabes que no debes hacer desde que estás con ella, sin el requerimiento de una promesa. Y las haces. No pierdes ocasión. Por eso te ha dado por pensar que puedes estar enfermo y has planificado todo este embrollo.
La punta clavada en la suela del zapato ha de actuar como los parches de nicotina. Cada impulso obtenido a partir de una zancada de tu pierna derecha te irá alejando del mal. Harás camino, caminando. Lo encuentras infalible. Una opción tan buena como otra… Otra que no te gusta. Porque te avergüenza acudir a un especialista, colocarte bajo su sano juicio, responder a sus preguntas y atisbar que sus argumentos y los tuyos no son coincidentes; que te toma por un simple hombre promiscuo, con la caradura de aparecer por allí para disfrazar lo que acontece y alargar en el tiempo, de ese modo, los supuestos beneficios.
Es cierto que te beneficias. Pero únicamente en el momento exacto. Después las puntas no son de hierro; pero en lugar de una son cientos; y no perforan un trozo de goma; éstas atraviesas tu piel y se retuercen en círculo, incesantemente, a un lado y a otro. Y cuando acaban contigo, ¡cuando crees que han acabado contigo!, permanecen contigo: en los razonamientos que proyectas y en el alma, el alma oscura que percibes.
 En el banco del parque apoyas tu pierna izquierda sobre la derecha y no cesas de golpear el suelo con la planta del pie. Ella te preguntas si estás nervioso. Sonríes, mientras le respondes que no.
La última vez fue anoche, justo antes de agarrar el martillo y la punta. En cuanto esa otra mujer se fue, llevaste a cabo ese ejercicio, tu medicina, tu tratamiento, sin descalzarte. Y, también adrede, usaste una fuerza desmedida, superior a la necesaria. Caló hondo. Mucho. Pero te mantuviste en silencio. Entonces te decidiste por otro golpe más definitivo, uno que viniera a hacer desaparecer la cabeza de la punta y surgir un grito y un llanto. Lo lograste.
Ahora le has pedido que se siente sobre tus rodillas. La abrazas y escondes tu cara y tu gesto de dolor en la techumbre de sus pechos. Te da miedo despedirte. Mucho miedo. Temes por ella y por ti. Barruntas la posibilidad de un nuevo fracaso. ¿Por qué no? Ya en otras ocasiones has jurado que aquello no volvería a ocurrir; y antes de la punta, has usado otros remedios parecidos, que nunca han servido para nada. La carne es débil. Y la memoria más, piensas.
Ha llegado el momento: su hora y la tuya. Le dices, tontamente, que confíe en ti, que no se preocupe, que la quieres, y que, al final de la tarde, en cuanto salgas de la piscina, pasarás por la tienda a recogerla.  

martes, 12 de marzo de 2013

LA ÚLTIMA


Mi madre a veces me pide que me emborrache. Dice que no salga si no quiero; pero que beba, que tome algo.

Por eso en casa nunca falta una botella sobre el aparador, junto al mechero del abuelo: nuestra reliquia. Y creo que por si acaso me da por beber de verdad, por beber mucho, más de la cuenta, hasta perder el sentido o el control de las emociones, mi madre guarda otra en algún altillo de la cocina, o en el despensero, o en su armario.

Cuando consigue que le eche un sorbo al café, coloca una copa al lado de la taza, dando por supuesto que después del carajillo tomaré tres, cuatro o cinco tragos más, hasta que se me escapan las lágrimas con los ojos muy abiertos y la cabeza muy alta, con los dos codos sobre la mesa y las manos entrelazadas, tocando el suelo sólo con la punta de los pies y golpeando sin descanso los talones. Y antes de que sorba los restos y me levante para marcharme a mi habitación, me dice que pruebe con otra; y yo, que estoy contigo, acordándome de ti, no pienso que se refiere a otra que no seas tú; y para dejarla contenta y porque ya nada me parece que me vaya a hacer más mal, me sirvo la última; la miro, la sonrío, le tomo durante un segundo una de las manos y me sirvo la última.

Es verdad que a veces, cuando bebo, la mediana de la autopista no se cuela en mi mente como el peor de los sitios del mundo. Se produce un avance, como un claro en mitad de una tormenta, o como el avistamiento de una luz muy profunda y brillante en el centro de un universo negro, que viene hacia mí a doscientos kilómetros por hora, a la misma velocidad a la que viajábamos nosotros el día en el que a nuestro universo se le fundió la luz; y entonces, con esa última copa o incluso ya con la anterior, lloro por tu ausencia, sin percibir que mi presencia, mi supervivencia, el puto hecho de haber sobrevivido a ti, es aún más importante o más terrible que tu falta completa, irreparable.  

Me molesta estar vivo, clemente en un mundo en el que tú ya no estás. Por eso cuando revivo el accidente paso de largo por tu cara desencajada, con sangre en el labio, en la frente, en el oído, con sangre en todas partes; y por eso apenas me detengo en el coche ardiendo, en tu falta de auxilio, en la explosión, en tus ojos huidos, muertos. Todo eso lo rebobino rápido, a la velocidad de un rayo, a doscientos kilómetros por hora, a la velocidad a la que viajábamos cuando un rayo partió nuestro universo. Y sólo pulso el botón de la pausa conmigo a salvo en la mediana, mirando como ardes, como te vas y como me quedo yo aquí, aunque tú estés ardiendo, aunque tú ya te hayas ido.   

El obstáculo que encontramos en mitad de la carretera era insorteable: bien. Así lo constata el atestado de la Guardia Civil y el peritaje de la compañía de seguros. Pero yo contaba con dos maniobras de giro a la hora de afrontar el choque: a la izquierda, provocando que el primer impacto se produjera contra el lado del acompañante; o a la derecha: en favor tuya, en mi contra. Y yo me decanté por la primera opción; y a pesar de que la misma Guardia Civil, el perito de la compañía y varios psicólogos me hayan asegurado que ese acto, mi decisión, responde a un impulso inherente en todo ser humano y carente de maniobrabilidad en la parte consciente de nuestro cerebro, creo que fui un maldito cobarde y un gran iluso; iluso por pensar, aun de manera inconsciente, que estar aquí sin ti es mejor que estar muerto.

Pero sí, con cuatro o cinco copas me viene el tiempo que compartimos juntos y puedo ser feliz dentro de esa cápsula; y sonrío mientras lloro; y echo de menos tu cuerpo, tu lengua, tu cuello, tus nalgas, los labios de tu coño, tu boca; y me descubro excitado y me toco pensando en ti; y te echo en falta, pero me corro y me quedo bien, relajado, dormido, como si sólo hubieras salido de viaje y me fueras a llamar en un rato. Y al rato, cuando el efecto de las copas se va difuminando y vuelvo a saber que ya nunca más volverás a llamarme, lloro sólo porque ya no estás, porque te has muerto y porque el tiempo que compartimos juntos se ha roto, sin dedicarle un solo segundo a mi supervivencia, sólo por ti. Y a la mañana siguiente, cuando mi madre me ve, dice que le gusta verme así de triste; y que le haga caso, que no salga si no quiero, pero que beba, que tome algo antes de dejarme caer bocabajo en la cama, como si todo el mundo, y no sólo tú, hubiera muerto, hubiera desaparecido. Después salgo a trabajar con mal cuerpo, con la cabeza tan rota como el tiempo que compartimos juntos, y si soy capaz de no abstraerme en mi desgracia, a mediodía acompaño la comida con agua; pero si regresan los fantasmas que me dejan vivo en la mediana, mirando tus ojos huidos, muertos, yo mismo le pido a mi madre que saque la botella del altillo de la cocina, del despensero o de su armario, y me tomo tres o cuatro tragos y luego la última… Otra, como dice ella.