jueves, 27 de noviembre de 2014

Nuestras vidas

Acá en la montaña hay dos ríos que se atraviesan más o menos así: +. El agua de uno, del que baja (I), es azulosa; el del otro, el transversal (-), blanquecina; es decir, casi transparente, y en él las piedras tienen color de piedras, lo mismo que les ocurre al musgo y al ramaje, que tienen color de musgo y de ramaje. Luego, tras un par de kilómetros, los dos ríos que se atraviesan acá en la montaña alcanzan un río más grande; lo hacen más o menos así: =, en la misma ribera, separados por apenas un par de palmos. Y el resultado del agua mezclada unos metros más allá de dónde se funden con el río grande es… No, no es de un azul más claro, y el tono blanquecino se pierde. El resultado es nefasto: entre un verde esmeralda y un azul turquesa; un color lindo, penetrante, mágico; pero que nada tiene que ver con las contribuciones aportadas al río grande por los ríos I y -. Su perseverancia por caminar separados no les vale para perdurar; la fuerza con la que llegan, comparada con la corriente que arrastra el río mayor, esfuma la idiosincrasia de uno y otro, y pasan a ser agua, más agua.
Supongamos que tú eres el río I y yo el río -, y que nos cruzamos cada mañana por la calle Sagasta así: +. Tú de azul, con ese vestido corto y bombacho con el que siempre te descubro tan guapa; y yo con la americana de los lunes, miércoles y viernes, que sé que te gusta (tú misma la elegiste por mí). Un beso en la mejilla y un adiós o un leve “hasta luego”, si cualquiera de los dos lleva prisa, comprimen ese exiguo nexo de unión. Y supongamos que tras diez o quince minutos nos volvemos a reencontrar en una oficina; una oficina en la que Eladio es tu jefe y el mío; un jefe que en ocasiones nos ningunea, que nos arenga y nos obliga a competir. Y que, sin embargo, no nos arrebata las ganas de acudir al trabajo.
Tú te escapas cada día unos minutos antes por lo de tu nena. Dices “hasta mañana” casi sin mirarme, en un movimiento mecánico, mientras te abrochas el abrigo y agarras el bolso. “Ya llego tarde”, eso dices también. Yo salgo a las dos en punto. Raro es que tu senda y la mía no se trencen de nuevo a la altura de la farmacia de la calle Isaac Peral a las 14:15. Bonito momento: los naranjos cargados de naranjas o de flores de azahar, el alboroto de los niños, el sol amable, las mesas y las sillas de aquel café, tu vestido azul. Le pides a tu nena que me salude. Me sonríes. Por fin me miras a los ojos, y surge un instante en el que el mundo que nos precede desaparece, mientras estamos así: el uno frente al otro, a apenas un par de palmos. Te propongo tomar algo. Malditas clases de baile los lunes y miércoles; malditas clases de inglés los martes y jueves; y maldito viernes, en el que tu nena no me llama por mi nombre de pila y acaso levanta la mano; su papá me cuenta que andas haciendo las maletas y que os largáis a alguna parte en dónde hay un río que lleva un agua con un color mágico, entre esmeralda y turquesa. 
Nuestras vidas son dos ríos que van a parar al mar.

  

viernes, 14 de noviembre de 2014

La última



Dramatización a cargo de Bienve Herreros y Eva Villares de un extracto de La última, uno de los relatos que componen Caminos que conducen a esto.

miércoles, 12 de noviembre de 2014

Colecciono moscas

Tengo una lata de conserva llena de agua y dentro dos peces que se alimentan de los mosquitos y de las moscas que se acercan a beber o a olfatear (en realidad, no sé a qué se acercan). Y tengo una vieja canción de amor que canto sólo con el bordón de la guitarra. Pero no tengo amor. Y a veces me puede la desesperanza y golpeo con el pie la lata, hasta que logro que se voltee y que se derrame el agua. Entonces, fuera de sí, asido al padecimiento de sus últimos coletazos, veo a los peces asfixiarse en el suelo y como son devorados por las moscas y los mosquitos.
La lata siempre es la misma. Y los peces que repongo al día siguiente de poderme la desesperación adoptan los mismos nombres que los muertos —el tuyo y el mío—. Y estoy seguro de que algunas de las moscas y de los mosquitos que se acercan a beber o a olfatear han aprendido a sortear los ataques de los peces y vienen alimentándose de ellos desde la noche que te fuiste y abrí la lata para cenar algo.
¿Te das cuenta? Esos insectos guardan en sus pequeñas panzas el futuro que tú rompiste. Y ello me impide usar insecticida; porque me da pena y porque, probablemente, estaré aquejado de cualquier mal en la cabeza. Vete tú a saber cuál. A mí poco me importa.

¿Y sabes lo mejor? Las moscas y los mosquitos que se salvan del ataque de los peces y que luego, cuando me puede la desesperanza, dan buena cuenta de ellos, se aparean, y su número crece sin cesar. Y la única manera que hallo de contrarrestar su invasión es tragándomelos. De modo que mi gran panza también está llena de los días y las noches que tú rompiste. Por eso, aunque haya pasado mucho tiempo, está todo muy vivo. Y puedo demostrártelo; basta con que alguna vez aceptes mi invitación a cenar y me permitas vomitar en tu plato. 

jueves, 6 de noviembre de 2014

A PROPÓSITO DE LA DEMOCRACIA

Hemos creído que la democracia es otra forma de divinidad; un ser etéreo, autosuficiente, perfecto, que no falla y que nos llegó por obra de un milagro. Y hemos creído que dentro de la clase política que maneja los hilos de esta diosa llamada democracia, hay algunos Judas; y en un acto de fe sin parangón, hemos creído que basta con sustituir a esos Judas, cuando son cazados con las manos en la masa, traicionándonos, sin variar un ápice las formas y maneras de nuestra diosa democracia, dejando que toda la solución radique en la esperanza de que el nuevo político que viene a ocupar el lugar del político corrupto se comporte de manera más honrada. ¿Os imagináis a Dios actuando de la misma manera, cambiando de Eva cada vez que la tentación la hubiera conducido a probar el fruto del manzano prohibido? En apenas unos días Adán se habría quedado sin costillas, Dios sin paciencia y el árbol sin manzanas. Y, probablemente, si nos decidiéramos a buscar al culpable, éste no sería otro más que Dios, porque, conociendo el paño, era responsabilidad suya comprobar que entre las ramas no hubiera enredada ninguna serpiente.


Tenemos políticos que llevan toda la vida ejerciendo como tales, acoplándose a la perfección a los diferentes aparatos que, cada cierto tiempo, vienen a remodelar el partido al que pertenecen. ¿Esto es factible, lógico, o sólo quiere decir que mientras le presten un sillón asienten a cuánto les digan? Y tenemos un sistema democrático que cede todo el poder al gobierno, a los políticos; que son los encargados, por ejemplo, de elegir a los componentes de la más alta instancia judicial, a los únicos jueces que pueden juzgarles a ellos. A cambio nos otorgan la propiedad de votarles cada cuatro años, según el conjunto de políticas que proponen; pero siempre sin desprenderse del saco del dinero, sujetando fuerte la manija de los presupuestos, con escasos árbitros y sin más fe que nuestro propio convencimiento de que ellos no son como Eva y Adán ni, mucho menos, demonios disfrazados de corderos. 

(Artículo publicado en el Diario Jaén el 6/11/14)