miércoles, 12 de noviembre de 2014

Colecciono moscas

Tengo una lata de conserva llena de agua y dentro dos peces que se alimentan de los mosquitos y de las moscas que se acercan a beber o a olfatear (en realidad, no sé a qué se acercan). Y tengo una vieja canción de amor que canto sólo con el bordón de la guitarra. Pero no tengo amor. Y a veces me puede la desesperanza y golpeo con el pie la lata, hasta que logro que se voltee y que se derrame el agua. Entonces, fuera de sí, asido al padecimiento de sus últimos coletazos, veo a los peces asfixiarse en el suelo y como son devorados por las moscas y los mosquitos.
La lata siempre es la misma. Y los peces que repongo al día siguiente de poderme la desesperación adoptan los mismos nombres que los muertos —el tuyo y el mío—. Y estoy seguro de que algunas de las moscas y de los mosquitos que se acercan a beber o a olfatear han aprendido a sortear los ataques de los peces y vienen alimentándose de ellos desde la noche que te fuiste y abrí la lata para cenar algo.
¿Te das cuenta? Esos insectos guardan en sus pequeñas panzas el futuro que tú rompiste. Y ello me impide usar insecticida; porque me da pena y porque, probablemente, estaré aquejado de cualquier mal en la cabeza. Vete tú a saber cuál. A mí poco me importa.

¿Y sabes lo mejor? Las moscas y los mosquitos que se salvan del ataque de los peces y que luego, cuando me puede la desesperanza, dan buena cuenta de ellos, se aparean, y su número crece sin cesar. Y la única manera que hallo de contrarrestar su invasión es tragándomelos. De modo que mi gran panza también está llena de los días y las noches que tú rompiste. Por eso, aunque haya pasado mucho tiempo, está todo muy vivo. Y puedo demostrártelo; basta con que alguna vez aceptes mi invitación a cenar y me permitas vomitar en tu plato. 

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