lunes, 22 de octubre de 2012

LA ENFERMEDAD MAESTRA


Tenía un amigo que se quedó medio ciego. Y no uso el verbo en tiempo pasado porque él haya muerto —él sólo se quedó medio ciego—. Lo hago porque yo dejé de verle.

No fue de pronto ni puedo ubicar un desencuentro matriz a partir del cual se ha precipitado un después. El descampado en el que coexistimos lo ha conformado una enfermedad maestra: La opacidad de mi alma. Un mal endémico con el que uno cree estar asesinando bajo el auspicio de la razón en su estado más puro, cuando en realidad  lo único que provoca es la muerte en vida de la persona que la padece. 

Antes de que mi amigo sufriera su accidente, él y yo éramos inseparables. Luego, cuando sus ojos heridos dejaron de obedecer las señales de su cerebro y sólo le reportaban el cuarenta por ciento de lo que yo veía, los motivos que hasta entonces habían propiciado nuestros encuentros se fueron deshuesando como un animal muerto en la intemperie.

Dejé de verle. Dejamos de ser inseparable. Y lo peor, para mi cerebro ruin y miope, también dejamos de ser iguales.

Deshinché el significado de la palabra amigo. Lo embutí en una tripa en la que únicamente cabían mis necesidades. Y ni siquiera lo hice con la debida precaución. Nada más lejos. Ejecuté semejante acto de egoísmo de la manera más torpe; inmerso por entero en un síncope de imbecilidad, sólo reparé en las prestaciones más holgazanas que ofrece un compañero, olvidándome de la más rica e importante: Su compaña, su simple, mansa —o combativa, si la ocasión así lo requiere—, leal y perenne compaña.

Años más tarde me caí de una repisa. Un absurdo; trataba de alcanzar la zona más alta de un techo abuhardillado y la escalera de mano no me lo permitía. De modo que, obviando cualquier formulación física relacionada con la resistencia de un elemento a distintos pesos, me serví de un estante de madera para poder colocar el alógeno, origen de todo el asunto. Y cedió… El estante cedió…

Por causas muy parecidas a las de mi amigo, he tenido que abandonar el equipo de fútbol en el que antaño ambos formábamos la pareja atacante en el partido de los martes. A Luis, el que ha sido mi nuevo contrincante al tenis desde que mi amigo dejó de ver la pelota, no me ha hecho falta decirle nada. Ha pasado por casa en varias ocasiones, y conociendo mi estado he creído que sobraban las palabras.

Esta mañana he recibido un mail de mi amigo, el que se quedó medio ciego. Traía un archivo adjunto, que ha resultado ser un manual de ajedrez, y una pregunta: ¿Blancas o negras?

miércoles, 17 de octubre de 2012

INICIO DE TEMPORADA

Ahora, que el inicio de temporada finiquita el periodo de rebajas, pongo en venta, a precio de saldo, un puñado exquisito de pretensiones varias que nunca dejaron de ser eso, pretensiones, y que aún permanecen abiertas y expectantes a la ejecución preciosista de un buen empujón que las permita dejar de ser lo que nunca quisieron ser: meras pretensiones. Pertenecen a la familia de los sueños de colores; las hay adineradas, triunfalistas, distintivas, incluso cuasi imposibles, pese a lo difícil que resulta ponerle “peros” y límites a los sueños (porque sueños son, principalmente). Había una, la más pobre y, a la vez, la más atractiva, que sólo pugnaba por lograr la fantasmagórica posesión del “yo”. A esa le tengo un especial cariño; ha permanecido a mi lado desde tiempo inmemorial hasta hace bien poco, cuando una realidad, tan infinita como malsana, desaconsejó nuestro matrimonio. Desde entonces ya no he vuelto a verla. Pero os regalo la idea (exenta de cualquier originalidad, por otra parte).

El motivo que me conduce a deshacerme de ellas es mi buena salud. Muy a mi pesar, mi corazón ya no late al ritmo de una canción alocada, capaz de ponerse de pronto triste, muy triste; ahora, este órgano desangelado, bombeador de sangre, se ha abrochado un reloj a uno de sus ventrículos y ya sólo canturrea otra realidad, tan infinita y malsana como la mencionada con anterioridad, que dice algo así como que de este modo tan gris todo está bien o medianamente bien, y que siempre será mejor que estar mal o medianamente jodido.

En realidad, no sé de que me quejo. Ahora mi vida, a salvo de aquellos esfuerzos que antes conseguían agotarla hasta el extremo de hacerme sentir vivo, camina sin toparse con grandes pendientes. Tengo cuanto me dicen que debo necesitar: trabajo, alguien a mi lado, alguien a quien quiero a mi lado, un lugar donde encontrarnos, coche, una nevera, comida en la nevera, fuego, tabaco. Lo tengo todo y, sin embargo, aquí, a escondidas, en la media luna oscura, echo en falta la incertidumbre que trasmite la nada, las ansias de soñar, aquellas pretensiones varias que me hacían, las mismas que ahora vendo a cambio de nada, porque nada pretendo.
Anteayer la dejé así, llorosa.

martes, 16 de octubre de 2012

EL ZAPATO DE OTRO

El pasado mes de agosto participé como guionista en la elaboración de un cortometraje que presentamos al concurso de "Siles cinema espress". Era mi primera experiencia en ese mundillo; e igual también la última. No lo sé. De lo único que estoy seguro es de que las sensaciones que me dejaron el día y medio que compartí con el equipo, todos amigos, sólo puedo calificarlas como bárbaras e inigualables.
Espero que os guste...
La canción que suena, "Mira", es de Evita y mía. Los intérpretes, La chimenea verde, mi grupo.

Habito en un Afganistan español; una de esas sierras en las que las nuevas tecnologías y las redes de comunicación se caen de bruces al suelo en cuanto las empresas propulsoras diagnostican que sus beneficios serán exiguos. Somos pocos los beneficiarios, los contribuyentes; y entonces esa máxima de que cualquier ciudadano dentro del territorio debe contar con similares oportunidades y derechos, se liquida con un simple tiro en la sien.
Aún así, y aprovechando mis constantes visitas al otro mundo terrenal, ése en el los edificios y los ruidos se apretujan los unos contra los otros, trataré de estar vivo también aquí, en este blog que hoy parte...