lunes, 5 de noviembre de 2012

OCTAVIO


Los primeros pobladores de la sierra que habito establecieron una máxima inquebrantable: Todo aquel que llegara a semejante lugar tendría derecho a un “piazo” de tierra de la que subsistir. Daba igual que fuera grande o pequeño, porque daba igual quien llegara. Y llegaron familias con uno, con cuatro, con cinco, con nueve y hasta con trece y catorce hijos. Y porque se sufragó una ley no escrita, un credo, un estigma en la mente: Vivir y ayudar a hacerlo.

Hubo algunos que nunca sembraron patatas y que, sin embargo, jamás carecieron de ellas. Y otros que inundaban sus campos con dichos tubérculos y que a cambio de ellos obtuvieron hortalizas, aceite, esencias, uvas para la elaboración del vino.

Igual pasaron cien años con sus correspondientes generaciones o igual ciento cincuenta. Nadie sabe concretar cuando se esfumó ese sueño. Dicen que todo arrancó por un disidente, que sembraba un poco de cada cosa y que optó por acordonar su terreno e intentar vivir ajeno al resto y ser autosuficiente, y que el resto se limitó a imitar esa tropelía. Eso dicen los que prefieren ocultar la verdad.

Porque a lo mejor no es mentira y no sólo fue uno sino varios los divergentes con ese modo de entender la existencia. Pero es imposible que sea verdad que fueran todos.

¿Qué ocurrió entonces?

En la sierra que habito, un estado demoniaco y avaro expolió a los moradores de esa tierra. Valiéndose de todas las artimañas a su alcance, les fueron empujando hasta obligarles a hacer el hatillo y salir en busca de otra patria en la que subsistir. Querían reinventar ese espacio, adecuarlo a sus necesidades y obtener el máximo beneficio. Lo lograron. Y eso, aparte de para hacer y guardar memoria y servirnos de ella para no cometer ni consentir los mismos errores, ya no importa. Lo importe ahora es consensuar y evaluar la posibilidad de regresar a esa máxima inquebrantable que establecieron los primeros pobladores de la sierra que habito, y llevarla a cabo en ésta y en cualquier otra parte; deshacernos del yugo y gobernar bajo el único credo que creo creíble: Vivir y ayudar a hacerlo.

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