martes, 20 de noviembre de 2012

VICIOS MODERNOS


El tabaco y el encendedor en el bolsillo delantero de la camisa de fuerza.  Ninguna lo lleva, ni ahí ni en ninguna otra parte. Es obvio. Lo contrario acaso conforma un sarcasmo, como ese cartelito de “prohibido fumar” en la ambulancia que traslada a Marisa Paredes en Tacones lejanos. A la mía se lo han cosido para procurarme desesperación.

Todo medido al milímetro…

Con el mentón, una vez que estiro y encorvo el cuello y la espalda lo imposible, logro acariciar la ruedecilla del mechero y las boquillas del par de cigarrillos que asoman por la apertura del paquete. Entonces arqueo los hombros, consiguiendo que se dilate el espacio entre cada una de mis vértebras. En ese momento se hace añicos la caricia de antes; ya puedo golpear con cierta soltura lo que ansío; y trato de presionar hacia afuera, y de que ese ejercicio malabar me permita, en una milésima de segundo, retraer la mandíbula en el instante preciso y atrapar entre los dientes los objetos de mi deseo. Ambos al unísono, claro.

Venzo en el intento ciento cincuenta y tres. ¿Y ahora qué?

 

 

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