jueves, 30 de octubre de 2014

Los crímenes que no cometimos

Un día moriré pronto y se te hará tarde para decirme “te quiero”. Puede que ocurra en este mismo extremo de la mesa, mientras cenamos el uno frente al otro: un leve mareo, me ensimismo para tratar de escapar del vaivén, entro en un trance superior, me despego extrañamente del sitio y desaparezco, con la cabeza sobre el plato, sin más. Entonces tú sueltas los cubiertos, arrastras la mitad del mantel sin saber cómo, vienes a mí y me preguntas qué me pasa, y me dices que vuelva en sí, que me quieres. Pero ya no te oigo. Estoy muerta. O puede que sí te escuche, desde un lugar lejano, en las antípodas de la vida, destinado a las almas con pena. Y puede que a mí me sirva esa imagen y ese mensaje, adivinándote desolado, a los pies de mi cadáver, pidiéndome una vez tras otra que no me vaya, que resista, que aguante, y abandone ese lugar repleto de gente triste que no respira y acceda a otro lleno de gente alegre, que no respira. ¿Qué más da? Nuestra comunicación se habrá roto...

Por eso creo que deberías dejar de mirar la tele. Apagarla. Y dejar los cubiertos sobre el plato, con tranquilidad. E incorporarte de la silla. Y venir hasta este extremo de la mesa antes de que se te haga tarde; porque te juro que me vencen las ganas de morirme.

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